Por Bolivar Balcacer
La reciente confesión diplomĆ”tica de la embajadora Leah Campos no solo destapa una olla de presión geopolĆtica: confirma, sin titubeos, aquello que durante aƱos denunciĆ© con insistencia. Adriano Espaillat, congresista de origen dominicano, no actuó como defensor de los intereses de su comunidad ni como un dique ante las arremetidas de Washington. Actuó, mĆ”s bien, como un diligente mensajero del Partido Demócrata, un operador polĆtico presto a sacrificar la soberanĆa dominicana para congraciarse con sus amos ideológicos.
La declaración de la embajadora Leah Campos no solo confirma lo que advertĆ con persistencia: "Adriano Espaillat no fue un representante, fue un correo ve y dile", un mensajero dócil al servicio del Partido Demócrata y de la administración Biden, dispuesto a sacrificar la estabilidad dominicana para quedar bien con su estructura polĆtica. No actuó por convicción ni por responsabilidad histórica: actuó por obediencia, como un autentico servil.
Las visitas recurrentes de Espaillat al Palacio Nacional, en grupo y con agenda impuesta, ya sugerĆan un patrón. Hoy, con las palabras de la embajadora, el disfraz se cae: Washington presionó de manera explĆcita para mantener abierta la frontera con HaitĆ, mientras Estados Unidos lidiaba —segĆŗn la propia Campos— con la llegada de indocumentados, muchos de ellos delincuentes o sin el mĆ”s mĆnimo interĆ©s en integrarse. ¿Y quiĆ©n llevó ese mensaje incómodo, quiĆ©n transportó esa exigencia como si fuera un recado? Adriano Espaillat.
Es inaceptable que un hombre que se proclama defensor de la comunidad dominicana haya servido como canal para una operación que buscaba imponer a la RepĆŗblica Dominicana el costo polĆtico y social de una crisis que no le pertenece. Es una traición disfrazada de diplomacia, una docilidad imperdonable ante presiones externas.
Hoy la verdad se impone: mientras la nación defendĆa su frontera, Espaillat defendĆa instrucciones ajenas. Y cuando un polĆtico actĆŗa como mensajero y no como lĆder, deja de representar y comienza a hundir a su propia gente. La confirmación pĆŗblica de lo que advertimos deja al desnudo un entramado de presiones, silencios y complacencias. Y obliga a una reflexión urgente: cuando los intereses forĆ”neos se imponen sin resistencia, no solo se tambalea la polĆtica; tambalea la dignidad misma de la nación.

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