¿En quién descansa la seguridad de San Cristóbal?

Por Elvin Sánchez El dinamismo económico de San Cristóbal, como suele ocurrir en las ciudades que crecen, ha traído consigo un dinamismo delictivo que no podemos ignorar. La vieja ciudad esa que guarda el pulso de la historia dominicana y las principales arterias de Madre Vieja, hoy convertidas en corredores comerciales, concentran cerca del 80 % de la actividad económica del municipio. Esa vitalidad exige una vigilancia proporcional, una atención constante y un compromiso serio de las autoridades. Se dice que los estándares internacionales recomiendan tres policías por cada mil habitantes. Es cierto. Pero estar por debajo de esa cifra no debería ser excusa para el mal desempeño. San Cristóbal ha demostrado desde el empresariado hasta las juntas comunitarias su disposición a colaborar y apoyar a la Policía Nacional. Lo que está en entredicho no es la cantidad de agentes, sino la calidad moral, el liderazgo y la voluntad real de servir. El gran problema radica en el tipo de policía que nos ha tocado. En esta ciudad hay oficiales ejemplares, hombres y mujeres que honran el uniforme; pero también abundan los que lo usan como disfraz para enriquecerse, los “busca pesos” que se asocian al delito, que cobran peaje a la delincuencia o miran hacia otro lado cuando el crimen se pasea frente a ellos. San Cristóbal no padece de falta de información: la policía sabe perfectamente dónde están los puntos, los refugios y los entramados delictivos. El problema es que los conoce, pero no los enfrenta. Resulta incomprensible que zonas críticas como el tramo que va desde el Monumento a los Constituyentes hasta el cruce de Madre Vieja permanezcan sin vigilancia permanente. Allí el delito camina confiado, sabiendo que la autoridad duerme o prefiere no ver. La policía preventiva ha fracasado, la investigativa es aún peor, y el ciudadano de a pie vive entre la resignación y el miedo. No es un secreto que hay agentes de todos los rangos que exhiben yipetas del año, villas, fincas y apartamentos de lujo, mientras su salario apenas alcanza para la canasta básica. Esa contradicción grita corrupción, y refleja una estructura que se ha podrido desde dentro. Hablar de una “reforma policial” sin cambiar el alma del policía, sin formar un servidor público con conciencia ciudadana, honesto, educado y libre de la cultura represiva y corrupta del pasado, es gastar tinta, tiempo y dinero. San Cristóbal necesita una nueva policía, pero, sobre todo, una nueva conciencia. Porque la seguridad no descansa solo en el uniforme, sino en la moral de quien lo lleva. Y hoy, tristemente, esa moral está en crisis.

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