CONVIVIR CON LOS HURACANES, LOS TERREMOTOS Y LOS INCENDIOS FORESTALES


Solamente cuando los dominicanos aprendamos a entender los huracanes, los terremotos y los incendios forestales espontáneos, estaremos en capacidad de reducir los daños que estos provocan.
La historia geológica y natural del Caribe está organizada atendiendo a estas tres manifestaciones naturales. Fíjense que no les llamo desastres, ni siniestros, ni fenómenos, porque fenómeno es algo o un evento no común, y estas tres manifestaciones son totalmente comunes. No les llamo siniestros, porque son expresiones de la naturaleza que no tienen propósitos de ningún tipo. No les llamo desastres porque ha sido la presencia cíclica de los tres los responsables de la riqueza espacial, natural y ecológica que posee la Isla de Santo Domingo.
En el caso que actualmente ocupa tanto a comunicadores como a receptores: el incendio de Valle Nuevo, se trata de una expresión de la naturaleza necesaria para la conservación y desarrollo de nuestros bosques de coníferas, principalmente del pino Caribbea y el pino Occidentalis.
Los pinos no se reproducen por la presencia de animales polinizadores. Tampoco es el viento el que dispersa “esporas de pino”, como tampoco son sus agujas y sus piñas las que aprovechan el paso de animales o personas para dispersarse oportunistamente, como lo hace la guasábara, por ejemplo.
Los pinos necesitan de los incendios para eliminar los ejemplares más antiguos, hacer “estallar”  las piñas que contienen sus semillas y dispersarlas, y aprovechar los nutrientes de las cenizas para enriquecer los suelos y permitir que las semillas puedan germinar, producir más plántulas, y crecer sin la sombra del antiguo pino, aprovechando el sol en su totalidad.
Estos incendios se producen cíclicamente, cada cierto tiempo. No porque la naturaleza “sea sabia” o porque Dios lo dispuso así. Simplemente ocurren, y ha ocurrido a lo largo de tantos millones de años que ya está en la memoria genética de los pinos y de las demás especies que invaden el espacio de pinares y que sucumben también con el incendio, permitiendo al pino recuperar el terreno ocupado por “invasores” y extender su propio espacio.
Sin los incendios no existirían pinares, existirían latifoliadas, si acaso, especies menos propensas al incendio espontáneo y natural.
Los incendios de coníferas se producen en distintas épocas, pero serán grandes incendios si las épocas se distancian mucho entre sí, entre 10 ó 15 años, esto así porque se habrá acumulado mucho más material combustible en el suelo, el que al descomponerse produce gases inflamables, incendiables por las altas temperaturas o por descargas eléctricas, tal y como pasa con los gases metano de los pantanos o de los basureros. Pero igual, el material seco acumulado se incendia con la sola chispa del rayo.
Mientras más grande es el incendio del pinar, como en Valle Nuevo ahora, mayor es la preocupación de la gente, porque se siente amenazada. Los ganaderos temen por la vida de sus reses; los agricultores por la vida de sus sembrados; los cultivadores de flores por sus invernaderos; los ricos por sus residencias veraniegas; los criadores de caballos por sus padrotes y yeguas; y así por el estilo. El caso es que no deben estar ahí. Pero si van a estar, entonces deben saber que la amenaza es permanente y que deben aportar económicamente al trabajo de prevención. Pero no lo hacen.
Otro caso es que la gente no tiene la memoria genética del pinar, y por lo tanto no está en su cerebro la posibilidad ciertísima del incendio, casi tan seguro de ocurrir como segura es la muerte en cada uno de nosotros, pero aún así no nos acostumbramos… ni a los incendios, ni a los huracanes ni a los terremotos.
Gracias a los terremotos y sus causas tenemos cordilleras, sierras y valles. Gracias a los huracanes tenemos mil tipos de vegetación acompañados de miríadas de especias animales, y cantidades incalculables de metros cúbicos de agua. Gracias a los incendios en los pinares tuvimos miles de kilómetros cuadrados de éstos, aunque hoy nos quede tan poco, debido a la presencia humana. Si queremos prescindir de los incendios de los pinares entonces hay que terminar lo empezado en el 1900 y acabar todos los bosques de pino. Pero no creo que haya nadie en sus cabales capaz de semejante propuesta. A los diputados sí se les ocurriría, pero a la gente común no.
La cuestión está en nuestras limitaciones como ciudadanos, en nuestra incapacidad para precaver, en la falta de orientación y educación entre dominicanos y dominicanas.
Porque si sabemos que los incendios forestales de coníferas se presentan con las sequías, y que mientras más largas sean las sequías más posibilidades habrá de incendios, ¿cómo es que no nos preparamos para ello? ¿Cómo es que no hay trazados estratégicos contra incendios en nuestras montañas? ¿Porqué no tenemos miles de jóvenes entrenados como guardaparques voluntarios para contingencias como éstas?

DOMINGO ABREU COLLADO
Asamblea Nacional Ambiental -ANA-Inc.
29 de julio, 2014.



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