Muere de un infarto el periodista Leo Hernández

SANTO DOMINGO.- El veterano periodista Leo Hernández falleció la madrugada este domingo a consecuencia de un infarto cardíaco en su residencia de esta capital.

La información fue confirmada por familiares y amigos del periodista Hernández, quien laboró en diferentes medios de comunicación y en oficinas de relaciones públicas de varias instituciones del Estado.
El periodista Manuel Jiménez publicó en las redes sociales a las 2:24 de la madrugada: “Acaba de morir Leo Hernández (Pipigua) a causa de un infarto, me informan fuentes de su familia”.
“Es una pérdida dolorosa e irreparable”, dice Jiménez en el texto que hizo público poco después del deceso del comunicador.
Entre los medios de comunicación que laboró Leo Hernandez figuran el desaparecido vespertino Ultima Hora, Radio Mil Informando, Radio Central y el periódico El Caribe, donde escribía la columna de temas políticos “Top Secret”. Dirigía el periódico digital “En Carpeta.Net”.
También laboró en Relaciones Públicas y Comunicaciones en el Ministerio de Hacienda, Banco de Reservas, Ministerio de Relaciones Exteriores y la Liga Municipal Dominicana (LMD), entre otras.
A continuación reproducimos el artículo que escribió en el periódico digital Acento.com.do el fallecido escritor, periodista y catedrático universitario Lipe Collado sobre Leo Hernández, el 15 de noviembre de 2014:

Semana aniversaria de “La Pipigua”

Por Lipe Collado
“La Pipigua” cumplió el Día de la Constitución 60 años de edad y 120 años de vivencias. Tiene ¡15 hijos! –¿bien contados?-, más de un centenar de mujeres en su decurso de vida –no me lo crean, por Dios- y más de un millón de amigos…porque es un virtuoso de las relaciones humanas y de las públicas y de una gran capacidad empática. Amigo de la izquierda -la de antes, la única-, amiguito de la derecha –la de antes y la de ahora-, se ha llevado bien en sus ejercicios político y periodístico hasta con los mancos políticos.
Mi ex alumno y amigo Leo Hernández (La Pipigua) es de posiciones abiertas y firmes, contradictor de ser necesario, sin embargo, siempre ha sabido agenciarse la aquiescencia de quienes le han conocido, amistado y hasta adversado.
Trabajó para el profesor Juan Bosch, quien se encariñó con él desde jovencito –“con la Pipigua me quedo yo”, solía decirle a la mamá- y siempre le llamó en público “Pipigua”, sobrenombre que le había puesto Roberto Hernández, uno de sus compañeros de estudios del liceo Unión Panamericana por su baja estatura; y que realmente proviene de la bella y conocida Mitología Guna, de Panamá, en la que “Aspán Pipigua, la lagartija pequeña”, logró robarle el fuego a Achu Yala, logrando así que su pueblo no muriera de frío, se calentara y pudiera cocer los alimentos.
También trabajó para el doctor José Francisco Peña Gómez y para Guaroa Liranzo y Joaquín Balaguer; para Miguel Vargas Maldonado y Vicente Bengoa, y para Jhonny Jones y Alfredo Pacheco y, si mal no recuerdo, para Danilo Medina, y para mil firmas más. Y en algunos casos ha llegado a laborar a la vez para dos políticos contrapuestos. ¡Vaya usted a saber de sus facultades mágicas!
La Pipigua es, quizás, uno de los 10 periodistas dominicanos mejor informados y relacionados. Discreto, respetuoso, solidario, desprendido, buen papá, inteligente, asaz trabajador, eficiente…
Parte de su niñez discurrió en nuestro barrio San Carlos y luego parte de su juventud en un anexo de la Casa Nacional del PRD, la actual del PLD de la avenida Independencia, donde vivía con su mamá y con su padrastro José Mariano Peña, líder del afamado Buró Agrario del PRD.
Figura ya legendaria del periodismo nacional es actualmente columnista de El Caribe, con la muy leída columna Top Secret y director de su empresa Crea Imagen y del periódico digital En Carpeta.
Sus 60 años los celebró entre familiares y amigos íntimos y cercanos. Más que su día de onomástico celebró una Semana Aniversaria en razón de que “los 60 años de edad sólo son una vez en la vida” (¡Vaya perla! D.L.).
A pesar de sus informalidades y desestilos peculiares, quienes le hemos tratado durante décadas nos hemos acostumbrado al “molde Pipigua”, pequeño de tamaño como la lagartija que se apropió del fuego para llevárselo a su pueblo, y grande de corazón y amistad. (“¡Larga vida, compañero Mao!”) (Perdón, ¡Larga vida, compañero Pipigua!”)
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