SE APAGÓ UNA ESTRELLA
Comarazamy siempre creyó LISTÍN DIARIO lo glorificaba
LOS RESTOS DEL VETERANO PERIODISTA SERÁN SEPULTADOS ESTA TARDE EN EL CRISTO REDENTOR

Yaniris López
yaniris.lopez@listindiario.com
Santo Domingo
Don Francisco Comarazamy Rangasami nació el 4 de octubre de 1908 en San Pedro de Macorís. Sus padres, de ascendencia hindú, nacieron en la isla caribeña de Guadalupe y se establecieron en la Sultana del Este a mediados del siglo XIX.
Allí comenzó el joven Comarazamy sus andanzas periodísticas en el año 1936, como corresponsal del periódico La Opinión.
La época, con Rafael L. Trujillo como presidente del país y un convulso panorama internacional, no parecía la más apropiada para el periodismo, pero él admite que lo hizo por necesidad.
Porque su padre murió cuando él tenia 6 ó 7 años y debía ayudar a su mamá y a sus dos hermanos.
Como no existían las especialidades ni las fuentes asignadas, escribía de todo lo que acontecía en San Pedro de Macorís y le pagaban por pulgada publicada.
“Para ganar bien tenía que escribir mucho y enviar los recortes al periódico en la capital”, recuerda. Escribía a maquinilla y con dos dedos. Y lo sigue haciendo todavía. Sonríe. Lleva un rosario de cuentas blancas en el pecho y ropa de diario de color verde. Sus pies descansan sobre una mesita y tiene buen ánimo.
En el año 1948, luego de desempeñar varios cargos en su pueblo natal, entre ellos secretario de la fi scalía y del ayuntamiento, don Francisco se muda a la capital con su familia; se une al grupo de los fundadores del periódico El Caribe y trabaja para su primer director, el estadounidense Stanley Ross.
Ese mismo año lo nombran agregado de prensa en Puerto Rico.
Las fechas se enredan en su cabeza y pide tiempo para recordar. Intenta explicarse.
Lo que importa, en todo caso, son los hechos: que lo enviaron a cubrir una historia a la vecina isla y que, a su regreso, al ver su gran disposición para el periodismo, el gobierno lo nombró agregado de prensa del consulado dominicano en Puerto Rico; y que al volver, en 1952, se integró nuevamente a la redacción de El Caribe como reportero, llegando más tarde a ser corrector de estilo.
De El Caribe don Francisco pasó a La Nación, que entonces estaba ubicado en la avenida Mella. “Entré como subdirector y salí como director. En ese entonces quien manejaba La Nación era el periodista Ramón Marrero Aristy. Él era como un enlace entre el gobierno y La Nación, que era del gobierno de Trujillo. Yo nunca vi a Trujillo como director del periódico”.
Es más, agrega que a Trujillo lo vio una sola vez de cerca como periodista, en el Palacio, cuando lo nombraron agregado de prensa en Puerto Rico. “Trujillo me recibió en el Palacio y ahí conversamos, me dio instrucciones de cómo debía trabajar, cuáles eran mis verdaderas funciones”.
Don Francisco duró poco tiempo en La Nación y volvió a El Caribe a trabajar junto a su nuevo director: don Rafael Herrera. Una larga amistad los ataría de por vida.
Una sola línea
De sus años como reportero recuerda que nunca usó grabadora, que escribía a puño y que se limitaba a reseñar los hechos porque no se podía ser muy crítico. ¿Por qué? “Era una sola línea, la trujillista. En esa época no había manera de inventar ni nada de eso. Si usted quería inventar algo (sonríe) el Director le decía no, eso no sirve, eso no se puede publicar, o lo tachaba”.
En El Caribe fue también jefe de redacción y vuelve a dudar si salió de allí antes o después que don Rafael Herrera. “Déjame pensar”, indica, y se sumerge nuevamente en el baúl de sus recuerdos.
Explica que su actitud, ante la muerte de Trujillo, fue de indiferencia, porque él siempre fue neutral, que cuando cayó el gobierno trabajó como consejero del Triunvirato que presidía Donald Read Cabral, en 1965, y que al caer también este gobierno se fue a su casa. Para esa época don Rafael Herrera era ya el director del periódico Listín Diario, que volvía a ver la luz tras 21 años cerrado por la dictadura.
“Cuando cayó el Triunvirato vine para mi casa, huyendo.
Vivía frente al Palacio en ese entonces y vine para acá.
No me pasó nada. Esta casa estaba comenzada porque se hizo trabajando, no fue regalada por el gobierno. La hicimos mi mujer y yo. Mis hijos estaban estudiando”.
Estando en su casa se presentó don Rafael Herrera y le dijo: “Te vengo a buscar, para que trabajes conmigo”.
“Yo le dije, bueno, yo no quiero trabajar ahora el periodismo, yo estoy como lesionado, quiero descansar.
Me dice no, no, yo te necesito, y llamó a doña Aura, mi esposa, y le dice, comadre, venga acá, convénzame a este hombre, que yo lo necesito. Y doña Aura me dijo que sí, que vaya a trabajar, y me fui entonces al Listín”. Y luego toda su vida, en lo adelante, giraría en torno a este diario.
Otros recuerdos llegan a su mente. “Espera”, vuelve a decir.
Y asegura que en 1965, antes de ingresar al Listín, trabajó en una ofi cina de prensa que el gobierno de ocupación norteamericano tenía en el hotel El Embajador.
Su mayor logro profesional
Al LISTÍN DIARIO, cuyas oficinas estaban en la 19 de Marzo, llegó don Francisco como corrector de estilo y ayudante del director. Pero había que hacer de todo, aclara, porque eran pocos.
No recuerda haber hecho trabajos destacados, fuera de serie, porque para él todas las noticias eran eso, noticias, y lo importante era trabajar. “Hasta don Rafael hacía a veces de reportero, siendo director.
Siempre fui su mano derecha desde que comencé en el Listín, en el sentido de que él acudía a mí para ayudarlo; no era que yo lo orientaba, sino que lo ayudaba. Él mismo me fue ascendiendo hasta ser subdirector”.
Siendo subdirector, don Frank dejaba los trabajos diarios a los periodistas la noche anterior, en una pizarra grande donde se anotaban los servicios. Sacaba las asignaciones de la muy leída columna Actos del Día, que digitaba su secretaria, doña Helmi Vargas.
Cuando don Rafael murió, en 1994, lo nombraron director.
¿Qué sintió? “Entendí que era una glorificación en mi profesión, porque llegar a ser director del primer periódico nacional era suficiente para uno sentirse orgulloso. Entiendo que el haber sido director del Listín era como una cúspide, una glorificación de mi carrera.
Y todavía creo que es así, porque ser director del Listín no es poca cosa”, responde.
Como director era cordial y exigente en buena forma.
“Nunca insulté a nadie, nunca cancelé a nadie y trataba a la gente con amabilidad”.
Entraba a las 9:00 de la mañana y salía en la madrugada del día siguiente. “Yo tenía que ver la última página que entraba en prensa. Cuando decía bueno, pueden tirarlo, comenzaban a tirarlo, pero yo veía página por página y don Rafael Herrera también.
Esa era la misión del director de antes, además de escribir el editorial”.
En más de una ocasión, lo mismo que a don Rafael, le tocó amanecer en el Listín, especialmente cuando había problemas, uno de ellos relacionados con las amenazas de muerte que recibían por teléfono, inconvenientes que don Frank achaca a la línea editorial del periódico o simplemente por ser director del diario más importante del país. Aprovecha para decir que los editoriales del Listín siempre fueron imparciales, que estaban en el centro, ni a la izquierda ni a la derecha, sino que hacían un periodismo recto.
Un comentarista y devorador de libros
En 1997 don Francisco fue nombrado asesor editorial del Listín Diario y le mudaron el despacho a su casa: su escritorio, su silla y su pequeña máquina Olympia, la misma que todavía usa para escribir porque nunca le puso interés a las computadoras.
“Rafael y yo decíamos que nosotros éramos muy viejos para ponernos a aprender computadora, que lo que nosotros podíamos hacer es enseñar, pero no aprender, y por eso Rafael no escribió nunca en computadora ni yo tampoco”.
Desde su casa don Francisco mantuvo por muchos años dos columnas en el Listín Diario: Bibliomanía y Libros Dominicanos. En la primera narraba experiencias varias y en la segunda invitaba a los dominicanos a consumir libros, a leer. Para muchos, este ha sido uno de los más grandes legados dejado por periodista alguno en el país. Y es, también, su pasión más trabajada, la que continúa haciendo cada semana ahora sólo desde Bibliomanía.
“Además del periodismo yo tenía la afi ción por la lectura. Leía libros, y de ahí nació el deseo de convertirme en comentarista de libros”, dice sobre sus inicios literarios.
LOS PRIMEROS QUE CAYERON EN SUS MANOS ERAN CUENTOS INFANTILES EXTRANJEROS. ¿Y EL RESTO?
“Leía tanto que no recuerdo”, comenta. Sí recuerda, gracias a esa memoria infalible que atribuye a la lectura, que el primer libro que comentó fue Figuras de Barro, de Ligio Vizardi (el seudónimo del poeta petromacorisano Virgilio Díaz Ordóñez), y que lo hizo en su pueblo natal para el periódico El Este.
Luego, al mudarse a la capital, intensifi có la práctica.
Como era pobre y no siempre conseguía para los libros, se hizo amigo de los dueños de las librerías de la ciudad y éstos se los prestaban. “Yo los leía y se los devolvía”.
¿NUNCA ESCRIBIÓ POESÍA?
“Nunca. No es que nunca escribía poesía, sino que nunca publiqué nada poético. Pero sí escribía versos, pero pa’ botarlos. No servían. Yo no era poeta”.
De los muchos libros que ha leído y comentado sólo revela que se trata de una cantidad enorme. Su favorito, después de la Biblia, es La madre, de Máximo Gorki. Y también le gusta mucho Los Miserables, de Víctor Hugo.
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